Una mirada a la obra de Filogonio Naxín

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Durante mucho tiempo se defendió la existencia de una escuela oaxaqueña de pintura, la cual se caracterizaba, sobre todo, por recuperar objetos, paisajes y personajes del cotidiano de comunidades rurales, para revivirlos o reinventarlos en un universo festivo de colores y fantasía (o realidad fantástica como sólo en Oaxaca se puede dar). Más allá de los acuerdos o desacuerdos en torno a esta afirmación, lo cierto es que, a partir de un determinado momento, quienes disfrutan de la expresión artística han girado su mirada hacia lo que interpretan de la experiencia humana aquellos que nacen en esta entidad federativa del sureste de México (Justina Fuentes, Francisco Toledo, Rodolfo Morales, Rufino Tamayo, Maximino Javier, Fernando Olivera, Filemón Santiago, Rubén Leyva, Jorge Barrios, son sólo algunos ejemplos notables de esta escuela).

A lo anterior no escapa Filogonio Velasco Casimiro (Mazatlán Villa de Flores, región de la Cañada, Oaxaca), mejor conocido como “Naxín” (caballo en “enna”, “ienra naxinandana nnandia” o mazateco). Este joven artista, desde hace un buen tiempo, viene compartiendo su universo y muestra que es posible proponer todavía algo novedoso en el estricto academicismo del arte mexicano. Mayormente de la mano de las historias de su pueblo y con algunas cuantas pistas en su lengua materna, “Naxín” funge como un traductor, presumiblemente voluntario, de un mundo vivo y negado a la vez*.

Su pintura habla de un ser que se mantiene honesto en una aparente simplicidad. Se atreve a explorar con técnicas y recursos que están a la mano de cualquiera; en cada cuadro no deja de ser él, sin pretender ser una voz ancestral de su comunidad. Al mismo tiempo, invita a ser partícipe de una seducción lúdica a través del color, el cual proviene del suelo: no de la tierra característica de Rodolfo Morales, sino de la hierba (el verde), de la milpa (el amarillo), del arroyo (el azul).

La obra de “Naxín” no es predecible, a pesar de la interpretación sociocultural o antropológica a la que inevitablemente se le asocia. Por esto no se le debe ver como representante de un expresionismo abstracto o un informalismo pictórico, todo lo contrario. Independientemente de los gustos personales, quien quiera apreciar la propuesta de “Naxín” no tiene razón alguna en recurrir a estas etiquetas. Su comunicación es directa, pero cuesta captarla por la historia de discriminación que han padecido por siglos los diferentes pueblos que habitan el territorio al que se le conoce como México. “Naxín” es un amante de las grandes proporciones, su sentimiento está apoderado por el color mientras que las formas capturan el recuerdo de su niñez. No es una obra vacía de impresiones, impacta en la dosis con la que se debe observar y, seguramente, no entender.

H. Antonio García Zúñiga, investigador del MNCM.

*Te invitamos a visitar la exposición “¡Tetsukúnji! ¡Aquí estamos vivos!”, de Filogonio Naxín, en la sala Segundo nivel del #MNCM