Los nombres de México antes de ser México. Reflexiones gramatológicas desde el Museo Nacional de las Culturas del Mundo (primera parte)
A propósito de las pasadas celebraciones por el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo y los 500 Años de Resistencia Indígena; muchos comentarios se han suscitado, en diferentes medios, como “…México era el imperio de los aztecas…”, “…pero, si México no existía en esa época…” o “…se conquistó todo México en menos de dos años…” y demás argumentos que han avivado la polémica —de por sí añeja y acalorada— sobre el conocido episodio histórico que sucedió entre 1519 y 1521.
Pero, dejando de lado las controversias, existen un par de cuestionamientos en el imaginario popular que siempre subyacen: ¿México era realmente el imperio de los aztecas y éste tenía la misma extensión del país actual? y ¿México existía y éste era su nombre original? Las respuestas —como sucede casi siempre— no pueden responderse en monosílabos y, para este caso, debemos analizar las etimologías de los vocablos de los que surgieron los nombres que aún utilizamos. De tal manera, empecemos con la locución más conocida y más discutida: el nombre de México, el cual deviene del topónimo de la célebre ciudad capital de los mexicas: México-Tenochtitlán, transcrito de la locución del náhuatl (que se usará en este escrito) como “mēxíhco-tenōch[tí]tlān”. Fray Bernardino de Sahagún (c. 1499-1590) registró en sus obras que el vocablo “mēxíhco” deviene de Mexitli, nombre de un caudillo mítico cuyo nombre se escribía conjugando las silabas de las palabras “me(·tl)” (maguey) y “si’·tli” (liebre) y que juntas se pronunciaban “mesi’tli” o “mexitli”.
(Nota 1) Si bien, el insigne misionero franciscano, registró y analizó la cultura y lengua náhuatl clásica, la existencia de un personaje histórico llamado Mexitli es elusiva. Sin embargo, sí se tiene constancia de que en el Folio 2r del Códice Mendoza (c. 1540-1541) figura en la célebre alegoría de la fundación de México-Tenochtitlán (Imagen 1) un personaje llamado Metzin: éste se encuentra sentado, detrás de otro y en medio de otros dos, al lado izquierdo de la gran águila en el centro. Metzin se escribió, similarmente, con las primeras silabas de las palabras: “me(·tl)” (maguey) y “tzin(tli)” (trasero, base). Al añadir a cualquier de las dos versiones el morfema locativo·”co” (en, el lugar de) la palabra se transforma en un topónimo; de tal manera, “mēxíhco” significa “el lugar de Mexitli (o Metzin)”. Entonces, ¿Quién era este tal Mexitli o Metzin? La respuesta es Huitzilopochtli, el dios tutelar de los mexicas, como lo registró Fray Toribio de Benavente “Motolinía” (c. 1482-1569) en su obra “Memoriales o libro de las cosas de la Nueva España y de los naturales de ella” (c. 1528-1555) en la que menciona:
«Los naturales dicen que aquel nombre de México trajeron sus primeros fundadores, y se llamaban mexiti; y aun después de algún tiempo los moradores de ella se llamaron mexitin. Este nombre tomaron ellos de su principal dios ó ídolo, el cual tenía dos nombres, conviene á saber, Vitzilipuchtli [Huitzilopochtli] y el otro Mexitli, y de este Mexitli se llamaron mexiti.» (Benavente, 1903:143).
Por su parte, el vocablo “tenōch[tí]tlān” surge del aglutinamiento de las palabras “te” (piedra), “nōch” (tuna) y “tlān” (dientes o lugar) (la silaba “tí” funciona como conector) por lo que puede traducirse, literalmente, como “lugar de tuna de piedra”; aunque más bien se debe de entender como “lugar de Ténoch” (Imagen 2). Sin embargo, el nombre original de la ciudad que se fundó en el centro del islote del lago de Texcoco fue “cuāuhmixtítlān” (Cuauhmixtitlán) “lugar del águila entre las nubes” y renombrada Tenochtitlán, en c. 1376, por Acamapichtli (c. 1336-1387), el primer “huēyi tlahtoāni” (Huey Tlatoani), “gran gobernante, gran orador” de los mexicas, como homenaje a Ténoch (c. 1299-1363), el último “cuāuhtlahtoāni” (Cuauhtlatoani), “el que habla como águila” (o jefe de armas) de los aztecas. Después, cambiaron su nombre a mexicas, en su proceso de establecimiento en el altiplano central. Metzin y Ténoch, los fundadores míticos y patronos de México-Tenochtitlán se representaron juntos en la ya mencionada foja del Códice Mendoza (Imagen 1), la cual sirvió de modelo e inspiración para la maravillosa ilustración (Imagen 3) que los muestra —con sus nombres inscritos en el sistema de escritura logosilábico y fonético mexica— frente a la mítica fecha de fundación de la ciudad: “cē cipactli, ōme calli” (“día 1 cocodrilo, año 2 casa”, de acuerdo con los Anales de Tlatelolco, c. 1560), que corresponde al ¿20 de junio? de 1325 de la Era cristiana (Nota 2). La mencionada ilustración —y las demás que se incluyen en este texto— son obra del talentosísimo arqueólogo, mayista y epigrafista J. Guillermo Kantún R. (Nota 3), que amablemente compartió, con su autorización para publicación, con quien estas líneas escribe.
Gerardo P. Taber, investigador del Museo Nacional de las Culturas del Mundo
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- Nota 1: Al respecto, Sahagún registró en “Historia general de las cosas de Nueva España” (Códice Florentino, c. 1540-1585) una descripción “biográfica” sobre Mexitli: «Este nombre “mexícatl” se decía antiguamente “mecitli”, componiéndose de “me”, que es “metl” por el maguey, y de “citli” por la liebre, y así se había de decir “mecícatl”; y mudándose la c en x corrómpese y dícese “mexícatl”. Y la causa del nombre según los cuentan los viejos es que cuando vinieron los mexicanos a estas partes traían un caudillo y señor que se llamaba Mécitl, al cual luego después que nació le llamaron “citli”, liebre; y porque en lugar de cuna lo criaron en una penca grande de un maguey, de ahí adelante llamóse “mecitli”, como quien dice, hombre criado en aquella penca del maguey; y cuando era hombre fue sacerdote de ídolos, respetado y obedecido de sus vasallos, los cuales tomando su nombre de su sacerdote se llamaron “mexitin”.» (Sahagún & Garibay, 1985: 610).
- Nota 2: Los “Anales de Tlatelolco” es un manuscrito de glosa náhuatl escrito en caracteres latinos, que se conserva en la Bibliothèque Nationale de France, París, Francia. Es la única fuente documental que menciona la fecha de fundación de México-Tenochtitlán. Sin embargo, ésta no puede tomarse como definitiva. Al respecto, Francisco Jesús Hernández Maciel menciona “…siendo la única fuente que señala este significativo y relevante momento. En toda la demás parte de historia prehispánica no menciona fechas de días. Los Anales de Tlatelolco en ninguna parte tratan del calendario o cuestiones cronográficas, se enfoca más en presentar un panorama del desarrollo de los pueblos tepaneca y mexica, éste último separado en tenochca y tlatelolca, por lo que encontramos que las fechas de la conquista son datos aislados, no corresponden al mismo origen de la demás información. Así el texto, al no precisar la posición dentro de la veintena de ninguna de las tres fechas, es imposible de determinar o proponer un inicio de año. Estas fechas aisladas juegan un papel indefinido que pueden acomodarse libremente al interés de cualquier investigador, por lo que hay que evitar interpretaciones fuera del contexto de su relación clara con el calendario…” (Hernández, 2019: 31-32).
Los nombres de México antes de ser México (Segunda parte)
Si bien el vocablo “mēxíhco” designó a Tenochtitlán, éste también se utilizó para otra importante ciudad “mēxíhco-tlāltelol[ol]co” (México-Tlatelolco), cuyo nombre se puede traducir como “el lugar de Mexitli (o Metzin), en el montón de tierra redondeado”, en alusión a la forma del islote al norte del lago de Texcoco en donde se asentó. Pero, más allá de estos usos, el vocablo “mēxíhco” nunca se utilizó para designar a un territorio extenso o a la totalidad del dominio de los mexicas a través de la “ēxcān tlahtōlōyān” (Excan Tlahtolloyan): “[los] tres lugares en los que se parlamenta”, es decir, la célebre Triple Alianza entre México-Tenochtitlán, Texcoco y Tacuba. Entonces, ¿cómo se llamaba a éste? La respuesta es “ānāhuac” (Anáhuac), vocablo en náhuatl clásico que deriva del aglutinamiento de las palabras “ā·tl”·(agua) y “nāhuac” (circunvalado o rodeado).
En este sentido, se convierte en un locativo que puede traducirse, literalmente, como “circunvalado por agua”, o bien “[tierra] rodeada por agua”. Este término designó al territorio entre el océano Pacifico y el golfo de México que fue tributario ante el poderío de la Triple Alianza al momento de su máxima extensión (c. 1428-1521), (Imagen 1). También se utilizó la construcción “cēmānāhuac” (Cem Anáhuac), significando “cēm” (totalidad); por lo que puede traducirse, literalmente, como “[la] totalidad [de lo que está] circunvalado por agua”, o bien “tierra completamente rodeada por agua”. De la palabra “ānāhuac”, los antiguos nahuas del Altiplano central derivaron el gentilicio “ānāhuacah” (anahuacah), “habitante del Anáhuac”, para referirse a los pobladores de este multiétnico y multilingüístico territorio.
El Anáhuac se representó como una gran cuenta circular de “chālchihu(i)·tl” (chalchihuite), “jade o jadeíta” que tenía una horadación al centro —y de la cual pendían unos “koyol·li” (cascabeles)— ya que se consideraba que el color verde simbolizaba las aguas; como puede apreciarse (Imagen 2) en la viñeta del T. I, Cap. LXXIII, del “Códice Durán o Historia de las Indias de Nueva España e Islas de Tierra Firme” (c. 1550-1600), en donde el Huey Tlatoani “motēcuzōma xōcoyōtzin” (Moctezuma Xocoyotzin, 1466-1520) le entrega un “kōska·tl” (joya, collar) con cuentas y el símbolo del Anáhuac a Hernán Cortés de Monroy y Pizarro Altamirano (1485-1547).
Si el avezado lector ha llegado hasta este punto, entonces, es justo responder —sólo tras analizar los meandros lexicográficos de la nomenclatura nahua— ya en monosílabos, los cuestionamientos iniciales: ¿México era realmente el imperio de los aztecas y éste tenía la misma extensión del país actual? Las respuestas son: no y no; y ¿México existía y éste era su nombre original? Las respuestas también son: no y no. Pero, tal vez el lector recuerde otra “etimología asociativa” muy popular y difundida del nombre de México, que pregona que éste significa “lugar en el centro del ombligo de la Luna”. Si bien esta “explicación” es literaria, poética, bella, evocativa e inclusive se le han atribuido valores simbólicos y metafísicos; es totalmente falsa. No existen fuentes epigráficas o históricas, prehispánicas o novohispanas, que mencionen que el vocablo “mēxíhco” tenga esta acepción. Entonces, ¿dónde y cómo surgió esta interpretación? La respuesta se encuentra en el discurso de recepción (y publicado como artículo) a la Academia Mexicana de la Historia: “El Águila y el Nopal” (1946), de Alfonso Caso Andrade (1896-1970), insigne arqueólogo mexicano, quien declaró lo siguiente:
«Tenochtitlán es la ciudad fundada en el centro del Lago de la Luna, el Metztlia, que rememora aquel otro lago que rodeaba la isla de Aztlán, “la tierra de la blancura”, de donde salieron los aztecas por mandato de su dios. Allí, en el medio del agua (anepantla), estaba la isla que se llamaba México, y cuyo nombre posiblemente deriva de “metztli” (luna), “xictli” (ombligo, centro) y “co” (lugar), dando en su composición la palabra Mexi-co, o sea “en el centro de la Luna”, por “el centro del Lago de la Luna”, que era como se llamaba el gran lago de México… El tunal brota del corazón de Copil, pues la metrópoli debía fundarse en el preciso punto en que cayera el corazón del hijo de la Luna. En el centro del Meztliapan, en México, en el centro del Lago de la Luna, debía fundarse la Ciudad del Sol. En efecto, sobre el tunal engendrado por el sacrificio de Copil vendría a posarse el águila.» (Caso, 1946: 7-14).
Como el propio Alfonso Caso señaló: “…cuyo nombre posiblemente deriva de…”, indicando que su interpretación de lectura era una hipótesis, la cual, en efecto, se contrastó con otras evidencias y no pudo ser corroborada. Pero eso no impidió que Gutierre Tibón (1905-1999), prolífico escritor italiano que se avecindó en México —y que no era arqueólogo, historiador, filólogo o epigrafista— retomara las ideas de Caso para publicar su obra “Historia del nombre y de la fundación de México” (1975), la cual aún es muy popular y perpetúa el ficticio nombre “en el centro de la Luna”. Pero, muchos descubrimientos, datos, análisis y nuevas interpretaciones han visto la luz desde 1946; se han realizado grandes avances en el estudio de la fonología del náhuatl clásico y en la comprensión del sistema de escritura logosilábico mexica.
Sobre este último, el mundo se encuentra en deuda eterna con Alfonso Lacadena García-Gallo (1964-2018), quien, como Jean-François Champollion (1790-1832), pudo reconocer y demostrar el carácter fonético de las grafías nahuas. Quien estas líneas escribe se siente honrado de haber podido participar en el III Encuentro Internacional de Gramatología “Homenaje a Alfonso Lacadena García-Gallo” que se realizó del 9 al 13 de octubre de 2017 y de que el propio Alfonso recorriese el Museo Nacional de las Culturas del Mundo (Imagen 3) para participar en la sesión “¿Qué es la gramatología, su objeto y su unidad gráfica mínima de estudio? Mesa de discusión sobre terminología gramatológica”, el 10 de octubre de 2017, la cual abrió un nuevo horizonte de posibilidades para el estudio interdisciplinario de los sistemas de escritura del mundo.
En fin, valga mencionar que para las “celebraciones” de los 500 Años de Resistencia Indígena creo que hizo mucha falta traer a la memoria el elocuente colofón del mencionado discurso que Alfonso Caso pronunciase, tan sólo seis meses después de que la Segunda Guerra Mundial (1939-1945) terminara, y que sirvió para forjar el ideario de un mejor país en las décadas venideras. Sus inspiradoras palabras fueron:
«La cultura azteca, su organización social, su dominio sobre los otros pueblos, desaparecieron absorbidos dentro de la cultura europea. Pero sin su acción imperial, la estructura de la Nueva España habría sido imposible. El “Cem anahuac tenochca” fué la base sobre la que se construyó́ la unidad de la Nueva España y ahora, la unidad de México. Alcanzada esta unidad, México no es ni será́ un país imperialista; nuestra misión no es, como la del romano o el azteca, regir a los pueblos, sino vivir en paz con ellos. Pero el águila y el nopal, sigue en nuestro escudo como una inspiración; seguimos creyendo como el azteca, que es fundamental un ideal que inspire nuestra vida y ese ideal no puede ser otro que el de poner nuestras fuerzas en conjunción, para conseguir el triunfo del bien. Así el viejo símbolo que movió́ a los aztecas a través de los desiertos y las planicies del norte, hasta fundar la Ciudad del Sol en medio del lago de la Luna, sigue siendo actual; sigue inspirando nuestro deseo de crear una gran patria que tenga su centro, allí donde por primera vez se posó́ el águila sobre el nopal.» (Caso, 1946: 17).
Gerardo P. Taber, investigador del Museo Nacional de las Culturas del Mundo
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Bibliografía
- Toribio de Benavente, “Memoriales de Fray Toribio de Motolina. Manuscrito de la colección del Señor Don Joaquín García Icazbalceta. Publícalo por primera vez su hijo Luis García Pimentel”. Ed. Méjico, en Casa del Editor, Calle de Donceles N. 9. Ciudad de México, México, 1903.
- Alfonso Caso Andrade, “El águila y el nopal. Discurso de recepción del señor académico Doctor Don Alfonso Caso, leído en la sesión del 11 de febrero de 1946 y respuesta del académico Rafael García Granados”. Ed. Academia Mexicana de la Historia correspondiente de la Real de Madrid. Ciudad de México, México,1946.
- Francisco Jesús Hernández Maciel, “Sincronología y cronografía indiana” en: “Indiana” Vol. 36, N. 1. Ed. Ibero-Amerikanisches Institut, Preußischer Kulturbesitz. Berlin, Deutschland, 2019. pp. 7-40.
- Frances Esther Karttunen, “An Analytical Dictionary of Nahuatl”. Ed. University of Texas Press. Austin, Texas, USA, 1983.
- “Longitud vocálica y glotalización en la escritura jeroglífica náhuatl” en: “Revista Española de Antropología Americana”, Vol. 38 N. 2. Ed. Departamento de Historia de America II (Antropología de América), Universidad Complutense de Madrid. Madrid, España, 2008. pp. 121-150.
- Alfonso Lacadena García-Gallo, Albert I. Davletshin, “Escritura Azteca, Materiales” en: “La Gramatología y los Sistemas de Escritura Mesoamericanos”. 25 al 29 de Noviembre de 2013. Centro Cultural Universitario Tlatelolco. Conferencias y Talleres. Ed. Instituto de Investigaciones Estéticas, Universidad Nacional Autónoma de México. Ciudad de México, México, 2013.
- Fray Bernardino de Sahagún, Ángel María Garibay Kintana, “Historia General de las cosas de la Nueva España”. Col. Sepan Cuantos. Ed. Editorial Porrúa México. Ciudad de México, México,1985.
- Gutierre Tibón, “Historia del nombre y de la fundación de México”. Ed. Fondo de Cultura Económica. Ciudad de México, México, 1975.