El simbolismo del jaguar en algunas de las obras maestras precolombinas del Museo Nacional de las Culturas del Mundo (Primera parte)
Un elemento recurrente en el arte de los pueblos de toda la América precolombina es el jaguar (“Panthera onca”) (imagen 1). Este felino es el mayor depredador del continente y vive en zonas tropicales húmedas, aunque también puede habitar en climas más áridos. Se encuentra desde el sur de los actuales Estados Unidos de América hasta el norte de la Argentina. En la cosmovisión de los pueblos originarios el jaguar se relacionó con la fortaleza y el dominio del territorio, probablemente por la asociación a sus características físicas y hábitos de cacería, pero también con el mundo sobrenatural. Fue —y aún lo es— considerado un ser divino, un poderoso espíritu guía y una co-esencia de los practicantes de las artes mágicas. En este sentido, las representaciones de este gran felino en ocasiones no son tan naturalistas, pues se entremezclan con elementos de otros seres fantásticos ya que los antiguos artesanos buscaron plasmar los momentos más importantes de los rituales y del cariz de sus dioses. Sin embargo, siempre se pueden encontrar rasgos distintivos del jaguar en la iconografía prehispánica. De tal manera, en este texto analizaré, brevemente, tres obras que se resguardan en los acervos del Museo Nacional de las Culturas del Mundo (MNCM) y que pronto estarán expuestas en la nueva sala introductoria intitulada “Mundos compartidos. Iniciación a la Diversidad Cultural”.
La primera pieza es una vasija-efigie de la cultura de la Gran Nicoya, que se desarrolló en la provincia de Guanacaste, en Costa Rica (imagen 2). Esta vasija trípode figura a un “jaguar” o “nymy” (“nɨmɨ”), como se denominaba en la antigua lengua muisca (también llamada “chibcha”) al gran felino; sus patas traseras y delanteras emulan la posición de un ser humano. Por tal razón, probablemente representa a un chamán durante un ritual de transformación y comunicación con su co-esencia y espíritu guía. Esta interpretación se refuerza por sus motivos pintados “tipo códice” en negro y rojo —de estilo e influencia mesoamericana— que figuran varios rostros fantásticos y líneas que dibujan elementos rituales y que, al mismo tiempo, emulan las características manchas en forma de rosetones del pelaje del jaguar. Lo más probable es que esta vasija se utilizase para contener algún líquido —tal vez con propiedades psicotrópicas— que se ingería durante los rituales chamánicos. Para preparar estos brebajes se recurría a hongos psilocibios como el “Amanita muscaria” y también al humo del tabaco (“Nicotiana tabacum”) y la cohoba (“Anadenanthera peregrina”): árbol cuyas semillas se tostaban, molían e inhalaban como un rapé.
Para preparar las mencionadas sustancias sagradas se necesitaban utensilios que cumpliesen con la función práctica, pero que también contasen con elementos mágicos para que éstas se “impregnaran” de una “potencia adicional” que permitiese lograr la hierofanía (la manifestación de lo divino). En este sentido, la segunda pieza que aquí se trata, un metate (piedra de molienda) de basalto tallado en forma de jaguar (imagen 3) igualmente de la cultura de la Gran Nicoya, cumplía esta importante función. El cuerpo del “nymy” (“nɨmɨ”) se representa un poco más naturalista y éste se adaptó a la figura del metate —o viceversa— convirtiendo su lomo en la superficie para moler; sus laterales, patas y cola presentan varios motivos que emulan las manchas del pelaje del jaguar, aunque éstas son más angulosas y geométricas, razón por la que también es posible que evoquen a las escamas de una serpiente, animal que también estaba relacionado con lo divino. Esta interpretación se refuerza por los motivos que se encuentran entre las patas del felino, ya que éstas se unen por cuatro elementos curvos –dos de cada lado- que emulan al cuerpo de un ofidio. Entre ellos se encuentran dos pares de rostros humanos esquematizados, que probablemente evoquen a los espíritus de los antepasados con los que el chamán debía hacer contacto en su viaje místico al “mundo otro”. Estas creencias fueron compartidas por muchos de los pueblos originarios y el caso de la cultura de la Gran Nicoya muestra la interacción y diversidad cultural de los grupos indígenas americanos. En efecto, la mencionada tradición costarricense se formó por la unión de grupos chibchas (muiscas) originarios del altiplano cundiboyacense de los Andes y grupos chorotegas que emigraron desde Mesoamérica entre los siglos VI y VII.
Gerardo P. Taber, investigador del Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
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