Chamanismo en Norteamérica (VI)

Chamanismo en Norteamérica (VI)

El chamanismo en Norteamérica debe verse como una de las maneras adoptadas por los nativos de estas tierras para tratar con lo sobrenatural. Está basado en la creencia de que hay ciertas personas mejor equipadas para este menester que el resto de los hombres. Esta creencia no es nativa del Nuevo Mundo, sino que acompañó a los primeros pobladores venidos desde Asia hace ya muchos milenios (alrededor de 25 a 40).
Sabemos que la palabra “chamán” proviene del idioma hablado por los Tungus, una de las etnias siberianas (imagen 1). Sin embargo, no quiere decir que esta forma de religión haya sido necesariamente inventada en Siberia, ya que sus simples postulados se encuentran diseminados por todo el Viejo Mundo, demostrando su increíble antigüedad y dejando en el incógnito su lugar de origen. Las otras proposiciones que, acompañando al chamanismo (o formando parte de éste) pasaron del Viejo al Nuevo Mundo, son igualmente acordes con la naturaleza humana que es la misma en todas partes, y son:

OTROS ATRIBUTOS DEL CHAMÁN

El chamán también actúa para pedir abundancia de recursos: copiosas corridas de salmón, profusión de mamíferos marinos, abundante recolección de frutillas silvestres, etcétera. Asimismo, se pide su asistencia en casos especiales, como por ejemplo en partos difíciles, pero en este caso la ayuda se limita a escupir sobre el madero (del cual se agarra la parturienta al momento de dar a luz) y cubrirlo con plumón de ave. La casi totalidad de los chamanes son hombres (imagen 2), pero se han dado casos aislados de mujeres que han llegado a ser chamanas, cuando han sobrepasado la edad de tener hijos (imágenes 3 y 4). También algunas veces se llega a combinar la función de jefe y de chamán, aunque no es frecuente.

LA MUERTE DEL CHAMÁN

Cuando un chamán moría su cuerpo no era cremado como los del resto de las personas, sino que se le envolvía en una piel, con las piernas extendidas, los brazos doblados sobre el torso y las manos bajo la barbilla. En esta posición era puesto sobre una tabla y sujeto a ésta por medio de cuerdas de fibras de cedro o con raíces de abeto. Su pelo se recogía sobre la coronilla y se sujetaba con un alfiler de hueso o marfil. La cara se cubría con una esterilla de fibra de cedro. Así arreglado, se colocaba por cuatro noches consecutivas, en cada una de las cuatro esquinas de la casa, desplazándolo de izquierda a derecha, a la manera del sol.
Mientras tanto, los familiares de la mitad contraria, el clan de la esposa, se apresuraban a construir el recinto mortuorio, en un lugar alejado con vista a la playa o dentro del bosque. Esta construcción se hacía con tablones de madera ensamblados y medía alrededor de 1.80 m. de frente por 1.90 m. de fondo y 2.00 m. de altura. En el quinto día el cuerpo era sacado de su casa y depositado en su tumba (imagen 5). Los objetos usados durante las prácticas chamánicas: máscaras, sonajas, vestimentas, amuletos, etcétera, eran depositados en una caja y colocados junto al cadáver (imagen 6).
Nadie de la propia cultura del chamán se habría atrevido a apropiarse de alguno de estos objetos, pues se les suponía impregnados de una gran fuerza espiritual que dañaría a quien se atreviera inclusive a acercarse a la tumba, ya no digamos a adueñarse de un objeto, como el tambor (imágenes 7-8). Así que ahí se quedaban, protegidos por el temor que inspiraban, hasta que el tiempo y las condiciones climáticas disponían de ellos.
Esto no contaba desde luego para los occidentales, personas de una cultura ajena, completamente opuesta al pensamiento indígena. Los rusos, los ingleses, los canadienses y más adelante los norteamericanos, a partir de que adquirieron Alaska en 1867, se apoderaron de los objetos depositados en las tumbas de los chamanes, antes de que las condiciones climáticas acabaran con ellos (se decían como excusa) para vendérselos a los museos.
Así fue como el Museo de Historia Natural de Nueva York, el Field Museum de Chicago, el Smithsonian y otros muchos museos en Estados Unidos, Canadá y Europa obtuvieron sus magníficas colecciones. De pasada, el INAH, en la década de los años cincuenta, adquirió algunas de estas piezas (imagen 9), por intercambio con el Field Museum de Chicago (1952), la mayoría de las cuales se encuentra ahora en el Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
Irene A. Jiménez, investigadora del Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
Acomodo del texto y búsqueda de gráficos Raffaela Cedraschi, investigadora del MNCM.