Chamanismo en Norteamérica (IV)

Chamanismo en Norteamérica (IV)

El chamanismo en Norteamérica debe verse como una de las maneras adoptadas por los nativos de estas tierras para tratar con lo sobrenatural. Está basado en la creencia de que hay ciertas personas mejor equipadas para este menester que el resto de los hombres. Esta creencia no es nativa del Nuevo Mundo, sino que acompañó a los primeros pobladores venidos desde Asia hace ya muchos milenios (alrededor de 25 a 40).
Sabemos que la palabra “chamán” proviene del idioma hablado por los Tungus, una de las etnias siberianas (imagen 1). Sin embargo, esto no quiere decir que esta forma de religión haya sido necesariamente inventada en Siberia, ya que sus simples postulados se encuentran diseminados por todo el Viejo Mundo, demostrando su increíble antigüedad y dejando en el incógnito su lugar de origen. Las otras proposiciones que, acompañando al chamanismo (o formando parte de este), pasaron del Viejo al Nuevo Mundo, son igualmente acordes con la naturaleza humana que es la misma en todas partes, y son:

EL EQUIPO DEL CHAMÁN

El vestido y los implementos profesionales del chamán nunca eran manipulados por otros ni llevados al interior de la casa, salvo que su uso se requiriera. Se les guardaba en cajas que se mantenían sobre el techo de la casa o en plataformas construidas expresamente para este fin. Dichos objetos eran elaborados por el propio chamán o por algún ayudante, pero de acuerdo con las instrucciones de aquel, y no tenían poder hasta que el chamán los usaba. Los artículos considerados indispensables eran: las máscaras, el tambor, la sonaja (imagen 2), el tocado, el amuleto que contenía la lengua de nutria, los amuletos de hueso o marfil tallados usados como collar, la varita, el faldellín de piel de venado, una copa de cestería y plumón de ave.
Cada chamán tenía cuatro máscaras representando a los cuatro espíritus ayudantes que él controlaba. Los más poderosos poseían ocho espíritus y por lo tanto ocho máscaras. La máscara podía tener rasgos humanos o rasgos animales o una mezcla de ambos (imágenes 3 y 4). El faldellín usado durante las sesiones era de piel de venado y estaba decorado con pinturas de animales o de seres sobrenaturales y solía tener un fleco del que pendían picos de ave, pezuñas de venado o pedazos de marfil (se trataba de que sonaran al bailar); en ocasiones, se usaba también un poncho corto, del mismo material. No hay que olvidar el propio pelo del chamán, que jamás era cortado, y las peinetas y alfileres usados para sujetarlo.

LA PRÁCTICA DEL CHAMÁN. CURACIONES

Con variantes, la práctica del chamán era la siguiente: cuando una persona enfermaba, un familiar cercano iba a casa del chamán para informar que se solicitaba la presencia de este y se retiraba rápidamente. Algún tiempo después el chamán acompañado de un ayudante (usualmente su sobrino) se presentaba en la casa del enfermo que yacía en un lecho cerca del fuego. El chamán desplazándose de izquierda a derecha, “a la manera del sol”, rodeaba al paciente y luego se sentaba cerca de su cabeza (imagen 5); inclinando la propia cabeza y cerrando los ojos, el chamán invocaba a sus espíritus ayudantes; la llegada de estos se evidenciaba por el temblor que sacudía su cuerpo. Si el chamán veía posibilidades de curación decía: “Los espíritus lo llaman, pero yo puedo darle vida”.
A este punto los familiares del enfermo apilaban los objetos que le pagarían al chamán en caso de curación; si este consideraba suficiente la paga se retiraba anunciando que volvería pronto.
A la mañana siguiente llegaba acompañado de varios ayudantes que portaban el tambor y la caja con todos los implementos (imagen 6): máscaras, ropa, sonaja, amuletos, etcétera. Parado en una estera, el chamán se despojaba de su ropa y se ponía la vestimenta ritual que consistía en un faldellín de cuero pintado con dibujos alusivos, dejaba caer su enmarañada cabellera y la cubría con plumón de ave, se ponía su tocado, su collar de amuletos y la máscara correspondiente al primer espíritu ayudante que iba a invocar.
Con la sonaja en una mano y un amuleto en la otra el chamán empezaba a correr alrededor del fuego y el lecho del paciente, mientras que sus ayudantes, golpeando con sus varas una tabla de madera colocada en el piso, cantaban como si fuera la voz del espíritu: “Mi amo, he acudido a tu llamado para traer salud al enfermo”, esta frase se repetía y se repetía sin cesar. En un momento dado el chamán podía detenerse, pasar sus manos sobre el enfermo, elevarlas como si llevara algo y soplar a través de ellas, lo cual significaba que el espíritu ayudante había extraído y apresado la enfermedad que él se encargaba de dispersar con su aliento.
En ocasiones podía tocar al paciente con alguno de sus amuletos. Con una parada súbita y un grito agudo, el chamán anunciaba que había llegado el momento de invocar a otro de sus espíritus, lo cual se evidenciaba en el cambio de máscara, y así sucesivamente hasta que todos los espíritus ayudantes habían sido llamados. A veces el chamán caía exhausto al lado del paciente. Al finalizar la sesión, el chamán podía dejar uno de sus amuletos con el enfermo para que lo cuidara en su ausencia.
Irene A. Jiménez, investigadora del Museo Nacional de las Culturas del Mundo.
Acomodo del texto y búsqueda de gráficos Raffaela Cedraschi, investigadora del MNCM.